miércoles, 29 de febrero de 2012

Un día especial

En primer lugar, os remito a Un Mar de Cristal, por fin está en marcha la publicación de la novela y es importante que leáis la entrada de hoy.
Hoy es 29 de febrero, y eso es algo que no ocurre todos los años. Hoy también es el Día Mundial de las Enfermedades Raras, un buen día para remitiros a una página donde encontraréis información sobre una iniciativa solidaria preciosa: Tapones para Sara.
Hoy me he levantado con energías renovadas, como si el hecho de que febrero llegue a su fin supusiera también el fin de una etapa en mi vida y el comienzo de otra nueva, ilusionante.
Siguen corriéndome las hormigas por debajo de la piel, sigo estornudando y sintiendo que mi cerebro está demasiado hinchado para que lo albergue mi cráneo, sigo añorando los días de lluvia, pero, a pesar de que todo sigue igual, todo es distinto. Y eso es algo bueno.   

lunes, 27 de febrero de 2012

Agua

Sumemos a todo lo demás el estrés hídrico. Ni una gota, oye. Y eso me desespera. La alergia me mata, tengo ganas de pasear mi paraguas hongo, de mojarme los calcetines, de saltar en los charcos, del placer de su música. Cantemos a voz en grito, a ver si funciona…
El olor a humedad nada más salir del portal, el brillo de las farolas contra el asfalto brillante, el golpeteo musical de la lluvia.
Las olas del mar lamiendo mis pies descalzos, semienterrados en la arena húmeda.
Los brotes verdes de los árboles al despuntar la primavera, succionando como pocos el agua de su matriz.
El hielo perlado de gotas bajo los rayos del sol, descendiendo ruidoso de la montaña para llenar ríos y lagos.
Los suaves copos de nieve cosquilleando en mi nariz, despertando mi sonrisa más infantil.
El agua corriendo caliente bajo mi piel, llenando mi cerebro, bombeando en mi corazón. El agua de mis lágrimas de emoción y felicidad.
Flotar, volver a los orígenes. Yo no soy polvo.

martes, 14 de febrero de 2012

Retiro espiritual

Los libros de Registro, una foto de Lisboa, el calendario congelado en el día de hoy, un taco de post-its de colores, mi caja magnética de clips, el quitagrapas negro –el azul desapareció-, mi colección de sellos, la tinta roja y la tinta azul, un capuchón sin boli, un boli sin capuchón, el subrayador verde, la taladradora, mi botella de cristal, la taza y la cuchara, el celo en su soporte. Mi teléfono, claro, y mi ordenador, el mejor del despacho, prebenda de ojito derecho. La silla balancín, mi cajón desordenado, Roberta –así se llama mi impresora-, la destructora de papel, Flavio –mi calefactor-.
No, no voy a echar nada de menos.

viernes, 10 de febrero de 2012

Recuperando trocitos de A partir de los 30

Porque hay días en los que quisieras escribir pero no tienes ganas de vomitar bilis sobre el papel, hoy voy a recurrir a re-publicar. Porque hoy no tengo ganas de estar enfurruñada, una historia con algo de humor; porque este frío me cansa, una historia con un toque de calor; porque parece que recordar es delito, una historia que surgió de un bonito recuerdo. Para los que ya la leísteis en su día en A partir de los 30, mis disculpas. Feliz fin de semana.
La Frase Adecuada
Como cada tarde, me senté en la barra de mi bar favorito, La Vaca Chuca, el bar de Patricio, el camarero cañón. Mi cerveza fresquita, mi paquete de tabaco, mi caja de cerillas (¡qué le voy a hacer! Soy una romántica de las cerillas), mi cuaderno y mi bolígrafo. Es un sitio inspirador, un bar de los de toda la vida, con las paredes alicatadas de azulejos setenteros, olor a calamares fritos, radio vieja que cruje más que suena, habitual clientela masculina de sol y sombra y máquina tragaperras.
Estaba a punto de terminar la novela. La editorial me había encargado un par de ampliaciones para redondearla un poco, para que no se quedara coja. Particularmente no veía la necesidad, pero ellos son los entendidos, y, como suelo decir, la historia puede estar tan clara en mi cabeza que a veces se pierden detalles de mi mente al papel.
Patricio es un encanto. Somos amigos desde hace tiempo, desde que decidí que aquel era el sitio perfecto para escribir. A veces me enredo con él en las más absurdas conversaciones, incluso lo convierto en escucha de párrafos que no me terminan de convencer. Otras, simplemente nos saludamos y me deja en paz enfrascada en mi escritura. Estoy segura de que los camareros tienen un sexto sentido, una especie de don para entender las necesidades del cliente, más allá de la tapa de bravas o el montadito de lomo.
Además, Patricio es arrolladoramente atractivo. Su sonrisa. Ahí está la clave. Cuando sonríe lo hace con cada fibra de su cuerpo. Sus ojos están circulados de pequeñas arrugas de felicidad que se profundizan cada vez que la alegría se refleja en su rostro. Es inteligente, es educado, es divertido y siempre tiene la frase adecuada. O casi siempre.
El caso es que lo mío con Patricio es amor platónico, pero no todos los días se levanta una para mirar y admirar. Y cuando las hormonas mandan, ¿quién les planta cara?
Allí estaba yo, con la mirada perdida en la parte de su pecho que asomaba desnuda bajo su camisa, completamente distraída, cuando interrumpió mis pensamientos:
- ¿En qué estás pensando?
“En desabrocharte el resto de los botones, meter mi mano bajo tu ropa y acariciar ese pecho cubierto de vello suave.”
- En nada.
- Parece que ha vuelto el calor, ¿verdad?
“No lo sabes tú bien. Acércate y verás qué calor hace por aquí.”
- Sí… – noté cómo ese mentado calor subía a mis mejillas y, nerviosa, le di un golpe a mi caña de cerveza ya terminada.
- Ten cuidado, que te vas a mojar.
“(Pensamientos no reproducibles)”
Ya estaba yo a punto de dejar el euro veinte sobre la barra y largarme de allí cuanto antes, antes de decir alguna tontería, cuando, mirándome con esos ojos oscuros y esa media sonrisa que me tienen enganchada, añadió:
- ¿Te pongo algo?
Y claro, rompí a reír.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Re-martes

Como bien decía Phoebe, es duro tener principios. Y si hace frío, pues más aún. Pero, señores, ¿no nos piden la dichosa solidaridad? Pues ahí que salimos a la calle a demostrarla. Porque, aunque muchos piensen que luchamos por nuestras maravillosas-condiciones-laborales-de-las-que-no-tenemos-derecho-a-quejarnos-hay-que-tener-cara-con-lo-bien-que-viven, en realidad estamos luchando por defender lo público. Y hoy no me voy a entretener en arengas políticas, que ya me aburro de predicar en el desierto, y que ya me llegará el momento de decir “os advertí”. Hoy solo quiero hablaros de EMOCIÓN. La que se siente cuando ves a tu alrededor a miles de personas que, aunque ideológicamente se alejen años luz de ti, son parte de algo mucho más grande que tú y que yo. Hoy no es martes, pero ayer sí lo era.

martes, 7 de febrero de 2012

Martes... y trece

No, no me equivoco. Hoy es martes. Hace trece años no lo era. Hace trece años era sábado-domingo. Hace trece años pasó algo que cambió mi vida para siempre.
Era un sábado cualquiera en que los planes eran los mismos que los de cualquier otro sábado: salir, beber, reír, igual hasta bailar, reír un poco más y volver a casa ya entrado el domingo, para caer rendida en la cama.
Había pasado la tarde con mis tíos. Mi ex quería asesorarse legalmente de algo que no consigo recordar. Volviendo a casa, en mi cabeza daba vueltas un nombre con demasiada insistencia. Pero, ¿por qué ahora, de repente? ¿Por qué justo cuando parecía que las cosas con mi ex se estaban arreglando?
Nos habíamos conocido hacía unos meses y, gracias a su insistencia que no a mi simpatía (os aseguro que carezco de ella), nos habíamos hecho buenos amigos. Y durante las últimas semanas su presencia se había hecho más evidente. Éramos el “último reducto”, los más juerguistas, los que aguantaban hasta que nos echaban de los bares o incluso más.
Éramos jóvenes, casi tanto como ahora, pero de aquella hasta el cuerpo acompañaba. Con veinte años no importa el frío, la resaca, el sueño,… Menos si la compañía es buena. Y, de repente, la compañía era más que buena. De repente quería algo más de ese amigo. Y de repente él también quería algo más de mí.
Era tarde, ya casi la hora de la retirada. Nuestro Aramis particular de ese trío de Mosqueteros que las circunstancias habían creado claudicó. Pero nosotros no  quisimos que la noche acabara ahí.
Jamás hubiera elegido aquel marco para comenzar la Historia de Amor Más Grande de Mi Vida. Estábamos en la discoteca. No sé muy bien por qué, porque nunca íbamos por allí. Nosotros siempre hemos sido más de bar, de escuchar nuestras conversaciones sin tener que comernos la oreja a gritos, de mini de cerveza y partida de Shangai en la máquina,… Pero allí estábamos, deseando los dos que pasara eso que llevaba un tiempo fraguándose, preguntándonos si merecía la pena poner en peligro nuestra amistad.
Nos atrevimos. Se atrevió. Fue mágico. Nos enamoramos allí mismo, de golpe. Nunca me había sentido así. Tanto amor que hasta dolía. Tanta necesidad que la distancia se convertía en tortura. Tanta locura que perdí lo poco de cobarde que me restaba.
A los tres días nos declaramos amor eterno. A los 11 meses formalizamos vía papelote la relación.
Ahora, trece años después, echo la vista atrás y me doy cuenta de que ese amor que sentí en aquel momento es tan solo una milésima, que digo milésima, millonésima parte del que siento ahora. Hemos construido desde cero una vida en común, hemos crecido juntos, hemos luchado por nuestros sueños, hemos compartido el pan y las penas, nos hemos peleado las mismas veces que nos hemos reconciliado, hemos reído, llorado, vivido… ¡Vivido tanto!
Todo lo quiero a tu lado. Todo contigo. Lo que tenemos tú y yo es grande, es especial, no deja de crecer, no deja de mejorar. Te quiero y, aunque me sea imposible imaginarlo, sé que te querré más aún. Gracias por los trece mejores años de mi vida.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Los hijos del amor

Ayer recibí una llamada. Una mujer de unos 50 años se había enterado hacía tres de que era adoptada. Buscaba datos o información de la antigua inclusa para poder localizar a sus padres biológicos.

Hoy he leído una carta muy emotiva de un hijo a su madre muerta hace cosa de un mes. Era una carta hermosa, en la que hablaba de todo lo que había recibido de ella, de todo lo que le había enseñado, de todo lo que tenía que agradecerle.

Y me preguntaba yo… Si descubriera que mis padres no son los biológicos, ¿qué haría? La respuesta es NADA. Porque, en definitiva, mis padres no lo son por haberme regalado una parte de su carga genética, sino por todo lo demás que he recibido después.

¿Qué haríais vosotros?