Porque hay días en los que quisieras escribir pero no tienes ganas de vomitar bilis sobre el papel, hoy voy a recurrir a re-publicar. Porque hoy no tengo ganas de estar enfurruñada, una historia con algo de humor; porque este frío me cansa, una historia con un toque de calor; porque parece que recordar es delito, una historia que surgió de un bonito recuerdo. Para los que ya la leísteis en su día en A partir de los 30, mis disculpas. Feliz fin de semana.
La Frase Adecuada
Como cada tarde, me senté en la barra de mi bar favorito, La Vaca Chuca, el bar de Patricio, el camarero cañón. Mi cerveza fresquita, mi paquete de tabaco, mi caja de cerillas (¡qué le voy a hacer! Soy una romántica de las cerillas), mi cuaderno y mi bolígrafo. Es un sitio inspirador, un bar de los de toda la vida, con las paredes alicatadas de azulejos setenteros, olor a calamares fritos, radio vieja que cruje más que suena, habitual clientela masculina de sol y sombra y máquina tragaperras.
Estaba a punto de terminar la novela. La editorial me había encargado un par de ampliaciones para redondearla un poco, para que no se quedara coja. Particularmente no veía la necesidad, pero ellos son los entendidos, y, como suelo decir, la historia puede estar tan clara en mi cabeza que a veces se pierden detalles de mi mente al papel.
Patricio es un encanto. Somos amigos desde hace tiempo, desde que decidí que aquel era el sitio perfecto para escribir. A veces me enredo con él en las más absurdas conversaciones, incluso lo convierto en escucha de párrafos que no me terminan de convencer. Otras, simplemente nos saludamos y me deja en paz enfrascada en mi escritura. Estoy segura de que los camareros tienen un sexto sentido, una especie de don para entender las necesidades del cliente, más allá de la tapa de bravas o el montadito de lomo.
Además, Patricio es arrolladoramente atractivo. Su sonrisa. Ahí está la clave. Cuando sonríe lo hace con cada fibra de su cuerpo. Sus ojos están circulados de pequeñas arrugas de felicidad que se profundizan cada vez que la alegría se refleja en su rostro. Es inteligente, es educado, es divertido y siempre tiene la frase adecuada. O casi siempre.
El caso es que lo mío con Patricio es amor platónico, pero no todos los días se levanta una para mirar y admirar. Y cuando las hormonas mandan, ¿quién les planta cara?
Allí estaba yo, con la mirada perdida en la parte de su pecho que asomaba desnuda bajo su camisa, completamente distraída, cuando interrumpió mis pensamientos:
- ¿En qué estás pensando?
“En desabrocharte el resto de los botones, meter mi mano bajo tu ropa y acariciar ese pecho cubierto de vello suave.”
- En nada.
- Parece que ha vuelto el calor, ¿verdad?
“No lo sabes tú bien. Acércate y verás qué calor hace por aquí.”
- Sí… – noté cómo ese mentado calor subía a mis mejillas y, nerviosa, le di un golpe a mi caña de cerveza ya terminada.
- Ten cuidado, que te vas a mojar.
“(Pensamientos no reproducibles)”
Ya estaba yo a punto de dejar el euro veinte sobre la barra y largarme de allí cuanto antes, antes de decir alguna tontería, cuando, mirándome con esos ojos oscuros y esa media sonrisa que me tienen enganchada, añadió:
- ¿Te pongo algo?
Y claro, rompí a reír.