MiLily es muy buena. Como ya os he comentado alguna vez tiene su
puntito de mala leche, algo que me parece muy saludable. Me gusta pensar que en
el futuro va a una niña-adolescente-mujer asertiva, fiel a sus principios y con
voz para rebelarse contra las injusticias. Aunque por lo general es de carácter
dulce y risueño y los enfados no le duran mucho.
Pero… ¡sí, siempre hay un pero! Hay
una situación en la que MiLily se
transforma y deja de ser ese ser adorable para transformarse en algo parecido a
la niña del exorcista, a veces con
vómito a chorro incluido: los viajes en coche.
Me consuela saber que no es algo
exclusivo de ella. Les pasa y les ha pasado a muchos bebés. Y digo que me
consuela no por eso del “mal de muchos…” sino porque parece que es algo que la
gran mayoría supera.
Pero, por el momento, me toca
aguantarme y recurrir a toda una serie de estrategias que he ido perfeccionando
con el tiempo. Aprovechar sus horas de descanso para que se cuaje nada más
encender el motor, salir de muy-muy-madrugada cuando se trata de un viaje
largo, darle la teta en las posturas más
inverosímiles -si no soy yo la conductora, claro-, cantar durante 40 minutos la
misma canción, o mi nueva técnica infalible: ¡comida!
Yo, defensora de una alimentación
equilibrada y enemiga de las guarrerías cuando se trata de mi niña, he tenido
que renunciar a mis principios para mantener la cordura. Y es que conducir con
un bebé berreándote en la oreja, además de romperte el corazón, estresa hasta
el punto de convertirte en un pésimo conductor. Por no hablar de las
consecuencias del llanto no atendido, el temido vómito, ¡qué asco que me da!
Así
que ahora llevo el coche lleno de bolsas de patatillas, gusanitos, palitos de
pan,… y el bolso lleno de bolsitas de yogur o fruta para beber, golosinas
varias y chocolatinas -el recurso “calma total”, solo para emergencias-.
¿Sufrís alguno estos mismos
males? ¿Algún consejo, algún remedio que no se me haya ocurrido? ¡Estoy ansiosa
por escuchar vuestras sugerencias y consejos!